“Después de comer volvió a subir a su habitación. Era domingo, el hotel ya no esperaba nuevos huéspedes, nadie tenía prisa porque ella se marchara; la ancha cama de la habitación seguía sin hacer, tal como cuando se había levantado por la mañana. Aquella visión la llenaba de felicidad: había pasado allí dos noches sola, sin oír más que su propia respiración, durmiendo atravesada de esquina a esquina, como si quisiera ocupar con su cuerpo toda aquella gran superficie rectangular, que solo le pertenecía a ella y a su sueño. 

En el maletín abierto encima de la mesa ya estaba todo guardado: arriba, sobre una falda doblada, había una edición de bolsillo de poemas de Rimbaud. Los había cogido porque en las últimas semanas pensaba mucho en Paul. En la época en que Brigitte aún no había llegado al mundo, montaba con frecuencia tras él en una gran moto y viajaban juntos por Francia. Con aquella época y aquella moto se fundían sus recuerdos de Rimbaud: era el poeta de ellos dos.

Había cogido aquellos poemas semiolvidados como si cogiera un viejo diario, con la curiosidad de saber si las anotaciones, amarillentas por el paso del tiempo, le iban a parecer emocionantes, ridículas, fascinantes o insignificantes. Los versos seguían siendo igual de hermosos que antes, pero había en ellos algo que le sorprendía: no tenían nada en común con la gran moto en la que tiempo atrás habían viajado. El mundo de los poemas de Rimbaud le resultaba mucho más próximo a un hombre del siglo de Goethe que a Brigitte. Rimbaud les había ordenado a todos que fueran absolutamente modernos, era un poeta de la naturaleza, era un vagabundo, en sus poemas había palabras que el hombre actual ya ha olvidado o de las que no sabe disfrutar: el berro, los tilos, el roble, los grillos, el nogal, el olmo, el brezo, los cuervos, el cálido estiércol de los viejos palomares y los caminos, los caminos sobre todo “en las noches azules de verano, iré por los senderos, salpicados de maíz, pisar la fina hierba… No hablaré, no pensaré en nada… e iré lejos, muy lejos, como un gitano, por la Naturaleza- feliz como una mujer…” 

Cerro el maletín. Después salió al pasillo, salió del hotel, dejo el maletín en el asiento trasero y se sentó al volante.” 









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